Chile - Noviembre 2018 -


Una vez más andamos con un retraso enorme a la hora de publicar la entrada de este viaje tan interesante que hemos hecho por Chile con un par de incursiones a Bolivia y Argentina, para visitar el Salar de Uyuni en una y el glaciar Perito Moreno en la otra.

De momento empezamos este viaje por el norte de Chile, en el desierto de Atacama. Tras pasar sin hacer parada por Santiago de Chile, volamos directos a Calama, ciudad minera que posee el mayor aeropuerto de la región de Antofagasta y que da servicio a San Pedro de Atacama, donde nos dirigimos inicialmente. El contacto con los primeros paisajes es sorprendente y empezamos a hacernos una idea de lo que nos espera en los próximos días... el desierto de Atacama es el más árido del mundo.

Llegando a San Pedro, desde la distancia, se ve un poco de verde pero es sólo una ilusión. Las casas son de adobe y las calles polvorientas. Hace calor pero finalmente no es tan agobiante, a la sombra no se está mal y nos parece curioso que prácticamente no lleguemos a sudar; el sudor se debe evaporar inmediatamente.



 Al llegar a San Pedro el pueblo está tranquilo pero según avanza la tarde las calles se van llenando y a última hora del día resulta agobiante. En las calles se suceden los restaurantes, las empresas de tours turísticos, las tiendas de souvenirs y las oficinas de cambio. Estamos sorprendidos porque nos imaginábamos un sitio más pintoresco pero parece más un parque de atracciones que otra cosa.

Para reponer fuerzas, decidimos tomarnos las cosas con calma y nos dirigimos a uno de los numerosos restaurantes de la localidad donde tenemos un primer contacto con la comida local. Quedamos encantados con la calidad de los platos, sobre todo de los pescados. Esta tónica se repetirá durante todo el viaje: una de las mejores cosas que hemos encontrado en Chile son sus pescados y mariscos. No en vano el país tiene varios miles de kilómetros de costa y de aguas frías, ricas, que suben directamente desde la Antártida.

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Primera escapada, al Valle de la Luna, cerca de San Pedro de Atacama. Esta salida se hace un poco dura. El viaje ha sido largo, hace mucho calor y el ambiente seco y la altitud (que obliga a llevar ropa de manga larga para evitar quemaduras por el sol) hace que nuestros cuerpos se resientan. Aún tardaremos varios días en adaptarnos a estas condiciones.



Al fondo, el volcán Licancabur, sobre la frontera con Bolivia.



Los petroglifos de Hierbas Buenas, interesante concentración de arte rupestre de la zona de San Pedro de Atacama. Aunque no está del todo claro, se cree que estos dibujos se hicieron para marcar una ruta. En ellos se pueden ver representaciones zoomorfas (guanacos, vicuñas, zorros, flamencos... y ¡hasta un mono, aquí, en medio del desierto!) y antropomorfas.





Una de las imágenes que más nos llamó la atención de San Pedro donde comienza, o se acaba, una de las carreteras principales que llevan a Argentina (y que pasa por las lagunas de Miscanti y Miñiques y continua hacia el Salar del Talar, donde nos dirigimos hoy).



Por el camino vamos viendo algunos grupos de guanacos... o vicuñas... aún no somos capaces de diferenciar los unos de las otras :) pero aparecen por todos los lados.



Las lagunas de Miscanti y Miñiques nos han decepcionado un poco ya que esperábamos ver flamencos pero casi no hay y los paisajes se asemejan bastante a los de la alta montaña europea que ya conocemos bastante bien. Así que pasamos directamente al Salar de Aguas Calientes (Salar del Talar), con sus preciosos colores que contrastan con el blanco de la superficie salina.



Hace un viento huracanado... y un poco de frío, la verdad. Se nota que estamos a casi 4000 metros de altitud.





Nos asaltan las dudas por el nivel de la gasolina (de hecho las gasolineras del desierto de Atacama se reducen a... una gasolinera dentro del recinto de un hotel en San Pedro de Atacama) así que, tras alejarnos un poquito más, para ver la laguna Tuyajto, damos media vuelta hacia San Pedro, con las retinas cargadas de paisajes :)



Al día siguiente decidimos subir hasta el Tatio, unos de los campos de géiseres más grandes del mundo. Hay que llegar temprano para poder ver los géiseres, antes de que salga el sol por encima de las montañas porque con el calor del día el vapor de las fumarolas no llega a apreciarse, así que madrugamos como si fuera el último día de nuestras vidas y nos dirigimos hacia el Tatio. La carretera parece una peregrinación; los autobuses de tours turísticos y los todoterrenos que suben son numerosos. Al menos podemos disfrutar del amanecer dibujando la silueta de las montañas y volcanes en el horizonte.

Al llegar hace -5 °C. Armados con guantes y gorro disfrutamos de los géiseres y fumarolas repartidos por los caminos. Paseamos durante un buen rato entre recuerdos de Islandia.







Antes de irnos, aprovechando que poco a poco la gente se va yendo y que al final queda un grupo reducido, decidimos darnos un chapuzón en esta piscina de aguas termales junto a una familia chilena y un grupo de italianos que, dicen los chilenos, son un poco ruidosos. ¡A ver quién sale de aquí con el viento que hace fuera!



Por el camino de vuelta, además de varios grupos de llamas y vicuñas, vemos estos simpáticos y preciosos flamencos que habíamos intuido, en la oscuridad, a la ida.





Tras unos días en San Pedro de Atacama decidimos contratar un tour que nos llevará durante cuatro días, en todoterreno, por el altiplano boliviano hasta el conocido Salar de Uyuni. Dejamos San Pedro y tomamos la carretera que nos conduce, bordeando el Licancabur, hasta el paso fronterizo de Bolivia, donde realizamos los trámites aduaneros de rigor.





El paso de Chile a Bolivia ha sido rápido y fácil y los agentes de la aduana boliviana unos tipos simpáticos. El puesto fronterizo de Bolivia es una caseta de mala muerte; hay que tener en cuenta hacia dónde nos dirigimos, el desierto altiplánico, por lo que es normal que no inviertan más medios en este tipo de instalaciones. (El paso en sentido inverso, dentro de unos días, será diferente: Chile tiene unas instalaciones fronterizas modernas con un buen número de agentes que se encargan, sobre todo, de asegurar que ningún alimento, ni producto animal o vegetal, atraviese la frontera. Este control sobre la introducción de productos en Chile es así de estricto para prevenir la entrada en el país de enfermedades exóticas y especies invasoras, y uno se puede ganar una buena multa de no respetar las normas).

Para no variar, hace viento y bastante frío :)



Nuestro guía, Omar, un boliviano encantador enamorado de su tierra, nos conduce, para empezar esta ruta, hasta la Laguna Blanca, con un bonito reflejo de las montañas espolvoreadas de nieve.



Seguimos por las pistas, que no sabemos muy bien si son de tierra, de piedra o de arena...



...haciendo algún que otro alto para otear el horizonte en busca de alguna cosa interesante...



...sin darnos cuenta de que tenemos un compañero guatoncito justo a nuestros pies :)



Seguimos hasta la termas de Polques, una laguna con un colorido precioso y un montón de flamencos.





Pasamos por el "Sol de Mañana", área de intensa actividad volcánica. Las fumarolas son menos impresionantes que en el Tatio, pero los cráteres, algunos en plena ebullición, muestran curiosas mezclas de colores.
Nos encontramos a casi 5.000 metros sobre el nivel del mar y el mal de altura ha comenzado a hacer sus efectos. En los días siguientes se repetirán los dolores de cabeza, que conseguimos paliar mascando hojas de coca, y los sangrados de nariz que no pararan hasta que volvamos a una altitud "normal" por debajo de los 4.000 m. Es curioso cómo al cuerpo le cuesta adaptarse a este ambiente aunque evitemos hacer el mínimo esfuerzo físico, como nos recomiendan constantemente.





Avanzamos un poco más para llegar hasta la Laguna Colorada, lugar de cría para los flamencos andinos y uno de los lugares más bonitos de los que hemos podido disfrutar durante este viaje. La coloración roja de sus aguas se debe a sedimentos de color rojo y a los pigmentos de ciertos tipos de algas que viven en ellas. Los tonos del agua van desde el marrón hasta rojos intensos.

Es más que evidente de dónde viene el color de los flamencos ;) ¡Hay cientos!

Hace muchísimo viento pero disfrutamos enormemente del contraste de colores, el rojo de la laguna y el blanco del bórax, de los flamencos y de las llamas que pastan tranquilamente en la orilla.









Desafortunadamente tenemos que dejar atrás este rincón paradisíaco (¡si no fuera por el viento y el polvo! ;) ) pero por el camino nos espera alguna sorpresilla más como esta hembra de ñandú con sus simpáticos polluelos.



Por estos lares la gente tiene que apañárselas como buenamente puede. Aparte de que Bolivia es un país humilde, nos encontramos en pleno desierto, en medio de la "nada", y las tiendas de recambios son más bien escasas, por no decir inexistentes, así que el que más el que menos, todo propietario de un vehículo tiene que entender de mecánica... entre otras cosas.



Tras un par de días llegamos al Salar, punto culminante de esta "incursión". Para poder apreciar el salar en todas su plenitud nos levantamos prontito (¡está claro que los viajes sirven para todo menos para descansar!) para disfrutar del amanecer sobre el mar de sal. Hace mucho frío pero merece la pena, sin lugar a dudas.



Del salar de Uyuni, se extraen 25.000 toneladas de sal cada año; todos los mineros que trabajan en el salar pertenecen a la Cooperativa de Colchani. Hay estimaciones que indican que en el Salar de Uyuni hay, además, unos 6,5 millones de toneladas de litio, convirtiéndose en la mayor reserva a nivel mundial de este mineral. Esperamos francamente que el pueblo boliviano pueda disfrutar, sin injerencias de terceros, de este recurso cada vez más presente en nuestra vida cotidiana.

Las dimensiones son gigantescas: más de 10.000 km2 y unos 250 km de ancho, de oeste a este. El salar parece un mar que se extiende hasta el horizonte. Nos sentimos cual náufragos en medio del océano.

Tras conducir durante un buen rato llegamos a la isla Incahuasi, rodeada completamente por la inmensidad de sal. En ella se encuentra gran cantidad de cactus gigantes que pueden llegar a medir más de 10 metros de altura...



...y alberga unas cuantas especies de coloridos pajarillos.



¡Abrázame pero despacito!



No podíamos pasar por el Salar sin sacarnos un par de fotos a lo "El increíble hombre menguante". Aquí con nuestros "companheiros de viagem", Luana y Glauber, en lo alto de un castillo de naipes...



...y caminando por la cuerda floja. ¡Cuidado no resbales! :)



La inmensidad del salar.





Un monumento en sal, recuerdo del paso del Dakar por el Salar de Uyuni.



Debajo, varias mujeres en Colchani y Uyuni con las vestimentas típicas bolivianas: faldas, refajos, sombrero bombín y largas cabelleras cuidadosamente trenzadas.





Bueno, es hora de dejar atrás Bolivia y volver a la frontera con Chile, en el paso por donde llegamos al país. La salida se hace un poco más complicada ya que los agentes de aduana chilenos son muy estrictos y revisan a fondo todas y cada una de las mochilas y equipajes de cada viajero. Pasado el trámite fronterizo, dejamos atrás el Altiplano boliviano y volvemos a San Pedro de Atacama. Sin detenernos demasiado salimos volando hacia Santiago, que aún nos queda más de la mitad del viaje por delante.



Una breve visita a la capital de Chile. Santiago, con más de 6 millones de habitantes, es una dinámica ciudad donde, sin embargo, los viandantes parecen no sufrir ningún tipo de estrés como ocurre en ciudades europeas de similar tamaño. La gente se pasea, charla en las esquinas, se toma una café en una terraza o disfruta de un mote con huesillo comprado en uno de los numerosos puestos callejeros que venden esta popular bebida.

Seguro que Santiago tiene cosas de interés como para pasar aquí un par de semanas pero, como siempre, el tiempo es limitado así que tenemos que contentarnos con visitar rápidamente el centro de la ciudad. En la avenida Libertador Bernardo O'Higgins encontramos esta mini-réplica de un moái de la Isla de Pascua, que forma parte del territorio chileno. Pensábamos haber visitado la isla de Rapa Nui pero andamos escasos de tiempo así que, quién sabe, quizás para otra ocasión.



Ya hemos comentado que los pescados de Chile son excelentes, ¿verdad?, así que nos acercamos al Mercado Central donde degustamos una riquísima paila marina así como otros deliciosos pescados y mariscos. Parece que estamos en un puerto de mar tal es la variedad y calidad de los pescados.



El cerro de Santa Lucía, desde el que hay unas estupendas vistas de la ciudad con los Andes de fondo.



Foto obligada frente al Palacio de la Moneda, sede del presidente de la República de Chile, que fue bombardeado durante el golpe de Estado de 1973 y donde murió el entonces presidente de Chile Salvador Allende.



De Santiago, aparte de lo indicado, sólo hemos podido visitar el barrio de Bellavista, que cuenta con numerosos restaurantes y clubes de copas y música, y algunas pinturas murales (francamente insignificante con lo que encontraremos más tarde en Valparaíso) así como la plaza de Armas y sus alrededores, verdadero centro neurálgico de la ciudad.

Nos perdonarán los santiaguinos, pero hemos tenido que seguir viaje hacia el sur. Nos dirigimos hacia la otra punta del país, la Patagonia. Pasamos de la aridez y calor extremos de Atacama al frío casi polar del sur. El verano se acerca pero aún así hace frío... ¡y viento! Dejamos el invierno europeo para meternos en el "verano" austral... ¡qué cabezas! y lo peor de todo es que nos toca cargar durante todo el viaje con ropa y accesorios de calor y de frío.

¡Ale, saca las manoplas!



En la región de Punta Arenas, en el estrecho de Magallanes, nos hemos encontrado con esta simpática y solitaria foca. Creemos que se ha acercado a la costa para parir. La dejaremos tranquila, intentaremos no molestarla mucho por si acaso.





Subimos por carretera hacia el norte para visitar el Parque Nacional de Torres del Paine y, si nos da tiempo, hacer una escapada a Argentina, para visitar el conocido glaciar Perito Moreno.

De camino, nos relajamos paseando por el paseo marítimo de Puerto Natales, aunque el tiempo está un poco desapacible, la verdad.





Llegados al parque de Torres del Paine, el tiempo es realmente duro. Hace frío pero sobre todo hace un viento huracanado. Hay que tener cuidado durante las caminatas porque uno corre el riesgo de ser arrastrado por el viento; a veces cuesta hasta mantenerse de pie. Aún así los paisajes merecen la pena.



A la orilla del lago alimentado por una de las lenguas del glaciar Grey y hasta donde llegan, como veis, icebergs de diferentes tamaños que se desprendieron del glaciar.





Los paisajes son de una belleza excepcional.



Camino de la ruta de la Base de las Torres, nos cruzamos con unos gauchos que estaban tratando de mantener agrupados sus caballos a chasquidos de látigo.



Al fondo, las conocidas y fotogénicas Torres del Paine.



Durante el trekking a la base de las Torres nos cruzamos con cientos de personas. Tenemos un poco la misma impresión que en San Pedro de Atacama, que esto es un poco un parque de atracciones para turistas. El trekking no es excesivamente duro (unos 22 km de marcha con 1.600 m de desnivel) pero sí que requiere un mínimo nivel de preparación. Durante el ascenso, y especialmente a la bajada, hemos cruzado muchísima gente que subía como el que va a comprar tabaco a la tienda de la esquina, con ropa/zapatos de calle y alguno y alguna que parecía que viniera de fiesta más que a la montaña. Todo el mundo tiene derecho a disfrutar de estos paisajes, faltaría más, pero hay que saber que la montaña conlleva cierto riesgo y que uno puede volverse a casa como mínimo con una torcedura de tobillo que, en el peor de los casos, requerirá la intervención de un equipo de rescate de montaña.

En fin, nosotros a lo nuestro, disfrutando de las aves (entre las que se cuentan los cóndores que hemos visto planeando en las alturas desde hace algunos días), de las cascadas y arroyos que se convierten en gélidos ríos, de las florecillas que asoman tímidamente y de los espectaculares paisajes.



En la base de las Torres.



Un guanaco nos observa desde la distancia...



- ¡Ojito, que os tengo vigilados!
- De acuerdo, pero más vale que tengas cuidado tú, que nos han dicho que por esta zona hay pumas :o



Un último paseo a la orilla de uno de los numerosos lagos de origen glaciar que hay en el parque.



Parece que vamos cumpliendo con al planning inicial así que, como previsto, damos un saltito al otro lado de la frontera argentina para visitar el conocido Perito Moreno.

No hay mucho que decir. Ya hemos visto unos cuantos glaciares en diferentes países pero éste, seguramente por su ubicación y la facilidad y la cercanía de la visita del frente del glaciar, es simplemente impresionante. Un frente de unos 5 km de ancho con unos 60 m de altura; se hace difícil estimar las proporciones...



Mientras tanto, un cóndor pasaba...



...y, una vez, más, ¡mirad a quién nos encontramos!
Chicas, que hace frío, ¡os vais a quedar heladas!



Tuvimos la suerte de presenciar este desprendimiento. Así, en la foto, parece pequeño pero en directo, sobre todo el ruido del hielo resquebrajándose, es impresionante.



La cámara va a echar humo :)



Nos vamos de vuelta para Chile. El paso de la frontera entre Chile y Argentina, tanto a la ida como a la vuelta, ha sido mucho más rápido y fácil de lo que fue en el norte, en Bolivia.



El viaje va tocando a su fin. Nos queda muy poquito en la Patagonia. Nos da pena irnos, dejar estos paisajes que provocan tantas buenas sensaciones en nuestro interior pero, por otro lado, ya nos va apeteciendo alejarnos un poquito del frío que además, es lo que nos espera en casa - todo un invierno por delante - así que ponemos rumbo de nuevo hacia el norte donde haremos nuestra última parada.



Tras otro paso fugaz por Santiago, por motivos logísticos, nos dirigimos hacia la costa, a Valparaíso.

Principal puerto de Chile, y uno de los más importantes del Pacífico, esta ciudad es sede del Congreso Nacional así como de otras instituciones nacionales del Estado.

La ciudad está rodeada de cerros donde vive la mayor parte de la población y su centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad debido a su riqueza arquitectónica.



Valparaíso ha sido históricamente una ciudad con una gran actividad cultural y desde el comienzo de la historia chilena ha gozado de gran importancia en este aspecto, ya que al ser el puerto principal del país, era receptora de inmigrantes de Europa y de otras partes del mundo.

Al finales de los años 60 nació la idea de pintar grandes murales en los muros de las casas y las murallas de contención del cerro Bellavista que se plasmó entonces en varias decenas de murales en diversos lugares del mismo. Posteriormente, en los años 90 gracias a un convenio suscrito entre la Universidad y la Municipalidad vio la luz el "Museo a Cielo Abierto de Valparaíso". Hoy en día la ciudad es un verdadero museo al aire libre. Pinturas surrealistas, expresionistas, abstractas, arte pop... un estímulo continuo para el visitante.





Detalle de la foto anterior:



Las pinturas se encuentran diseminadas por cada calle y escaleras de los cerros.





Cientos de perros durmiendo por la calle, gente pidiendo, puestos callejeros en los que se vende de todo - cigarrillos, papel higiénico, tiritas, ... - La ciudad está un poco decrépita pero nos encanta :) Nos dedicamos a callejear sin rumbo fijo, subiendo y bajando a los cerros en los ascensores o por las escaleras, descubriendo nuevos murales en cada esquina.



Los ascensores, otro símbolo característico de Valparaíso, facilitan el acceso a los cerros a locales y turistas.







Lo de los perros tirados por todos los lados iba en serio :)









En fin, Valparaíso ha sido un cierre perfecto para este viaje del que nos llevaremos un grato recuerdo. Las chilenas y chilenos han sido súper amables y considerados con nosotros y nos vamos con un buen sabor de boca del que ha sido el primer viaje conjunto por un país de habla hispana. Nos han quedado ganas de seguir descubriendo Sudamérica. ¡Seguro que repetiremos!